Después de once años trabajando como docente, este año ha sido un curso lleno de reflexiones y cambios en mí como persona. Reflexiones que quiero compartir hoy con vosotros...
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Nuestro trabajo como docentes es especial; especial porque tenemos la suerte de trabajar con personitas en crecimiento a las que ayudamos en la formación de su personalidad y con las que intentamos que se introduzcan en la sociedad de hoy en día de la forma más positiva, apta y sociable. Tenemos en nuestras manos la educación de cientos de adultos del futuro y que, una situación determinada en el presente, puede cambiarles totalmente en su andadura en solitario.
Acompañarles en ese tránsito es maravilloso y es un regalo.
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Estas últimas semanas han sido muy duras por muchos motivos (como casi todos los junios): tristes porque alumnos a los que has visto crecer cierran una etapa de su vida en el cole y se marchan. Se van a seguir creciendo como personas y a continuar su vuelo fuera de aquí. Echaré de menos ser el respaldo y la protección de cada uno de ellos. Es precioso cuando uno de tus alumnos te busca para que le ayudes, por una preocupación o por un problema. Sentir que soy importante para él y que me necesita, hace sentirme imprescindible (aunque nadie ni nada lo sea realmente) y me crea una gran responsabilidad, como si fuera un superhéroe: un gran poder conlleva una gran responsabilidad.
El que pueda dejar el amor fuera del aula que me explique cómo lo hace. No puedo evitar querer a mis alumnos, pero lo que se dice querer, y no me siento menos profesional por ello. Quererles no significa que la evaluación que les realizo no sea objetiva, que no les riña o charle con ellos seriamente cuando no hacen algo bien, que no me enfade si uno de ellos hace daño a alguno de sus compañeros, que no les imponga alguna sanción si tienen un acto de irresponsabilidad,... pero ese amor que siento por ellos también me hace emocionarme si hacen algo bien, alegrarme cuando evolucionan y mejoran en sus relaciones, llorar si pasan por un mal momento, sentirme más orgullosa todavía si se superan a ellos mismos,...
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No sé separar la parte emocional de la profesional en mi trabajo. No sé. No sé hacerlo porque en mi trabajo me emociono, lloro, río, me alegro, me entristezco, me enfado, me entusiasmo, etc. Tenemos un trabajo emocional, por eso me considero un docente emocional.
En el colegio se crean relaciones personales, entre alumnos, docentes, alumno-docente, familia-docente, etc. Bajo el techo de ese edificio pasan millones de emociones diariamente y el que me juzgue por dejarme llevar por ellas en alguna ocasión, lo único que puedo decirle es que me da pena. Pena porque es maravilloso sentir todo esto.
Tengo la suerte de que mi trabajo me llena. Hace que mi corazón vaya más rápido cuando empiezo mi primer Escape Room, hace que mis ojos suelten lágrimas cuando un alumno me dedica unas palabras bonitas, hace que me quede despierta entusiasmada hasta las tantas preparando una actividad para el día siguiente, hace que pueda aparcar en un lado del cerebro aquello que me hace sentir mal y tener fuerza para jugar un partido con mis alumnos, hace que sonría al encontrarme con compañeros por los pasillos aunque esté triste, hace que me olvide de todo lo de fuera cuando entro al aula y veo sus caritas expectantes, hace que parezca una loca cuando un compañero me propone una gran idea para llevar a cabo,... hace todo eso y más.
Soy un docente emocional. Emocional porque soy de esas personas afortunadas que pueden decir que en mi trabajo tengo amigos. Amigos de verdad. Me tocó la lotería del destino y tengo a grandísimas personas a mi lado: maestros de aula y de vida, maestros que me hacen crecer y aprender de mis errores, que me hacen llorar de alegría, a los que me gusta mirar en silencio porque aprendo de ellos con cada gesto,... Amigos que, con sólo mirarte, saben si necesitas un abrazo. Maestros de profesión y maestros por naturaleza. Y no sé cómo dejar fuera del colegio estas emociones. De verdad que no sé.
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Cuando una compañera con la que compartes nueve años de trabajo, con la que has crecido a nivel profesional, personal y humano, se va de tu cole... perdón, se va de su cole... es un momento muy triste. Y lloro, claro que lloro. Y me emociono, claro que me emociono. Y me da miedo, ¡claro que me da miedo!
Si alguien sabe cómo no coger cariño a las personas con las que convives diariamente y cerrar tu puerta del corazón para que no pasen, que me lo explique.
Porque yo no sé... porque yo soy un DOCENTE EMOCIONAL.